miércoles, 14 de enero de 2009

La enseñanza de la tortuga

Hace un tiempo, me encontré un día paseando solo por las calles de Florencia. Suena idílico (y lo era), sin embargo, yo me veía como el típico turista con su mochila y su mapa, y tenía que estar atento a cualquiera que pudiera hacerme algo. En un momento dado, en que iba andado por una calle prácticamente vacía, me encontré de frente a un chaval de color, que me tendía un puño cerrado diciéndome: Toma, cógelo. Yo lo rehusé y apartaba las manos mientras él intentaba cogermelas para ponerme algo en ellas, mientras repetía “toma, cógelo!”. Me pasó de todo por la cabeza. Al final, me metió algo en el bolsillo del pantalón y me dejó en paz, gracias en parte a que yo continué andando recto, sin mirar atrás y con el peso sobre mi corazón a punto de explotar de que aún tenía que meter la mano en el bolsillo para sacar lo que quiera me hubiera puesto en el pantalón. Sin parar de casi correr metí la mano en el bolsillo y saqué una tortuga de madera!! Me pareció extrañísimo, aún no me creía que no me hubieran hecho nada malo. Así que golpeé la tortuga, esperando algo, no sabía muy bien el qué. Pero era maciza. En ese momento empecé a fijarme en su color vino añejo, brillaba un poco y tenía la cabeza ladeada, como buscando algo. Me gustó, pero en mi cabeza rebotaba el pensamiento de qué era lo que había pasado...

Nunca lo llegué a saber. Tiempo más tarde supe que las tortugas son un símbolo de suerte en algunos sitios de África. Siempre me quedará la intriga de por qué ese chico hizo eso, pero gracias a él entendí que a veces vamos con tanto miedo que no sabes disfrutar de lo que nos está pasando y que por mucho que digamos que no (y que no y mil veces no) los estereotipos y los prejuicios nos afectan a todos y hasta que no lo asumamos, no seremos capaces de luchar contra ellos.

Esa tortuga se quedó conmigo para recordarme todas las cosas que aprendí y que sigo aprendiendo. Al cogerla, me ayudaba a pensar sobre mis cosas y me recordaba que debía buscar también mis fallos, no sólo los de las cosas que me pasaban.

Un año después, me leí un libro, “La ciudad de la alegría”, que citaba un proverbio indú que decía “Todo lo que no es dado, es perdido”. Cuando me terminé el libro me gustó muchísimo, pero me convenció tanto que decidí regalarlo a alguien que le gustaría. Me hizo mucha ilusión dárselo y me llené de buenos sentimientos, pero poco a poco empecé a echar de menos el libro y hojear sus páginas. Y aunque no me arrepentía de haberlo regalado, sí que lo echaba de menos. Pensé muchas veces hacer lo mismo con mi tortuga de madera, pero sentía que si la daba, perdería algo que valoraba mucho y que me gustaría tener siempre conmigo.

Mi tortuga de madera fue la que elegí para una dinámica de intercambio de amuletos que hemos hecho en los encuentros de preparación del viaje. Me gustaba la idea de compartir con alguien los buenos sentimientos que me daba mi tortuga de madera y me alegré al saber que esa persona sentía un poco lo que yo al tenerla. Al día siguiente de que me la hubiera devuelto, se perdió. La busqué mil veces por todos sitios, pero no hubo resultado. Ya no estaba mi tortuga de madera y me sentía mal, sentía que perdía una parte de mí... Pregunté a mis compañeros y nadie sabia nada. Yo ya empezaba a asumir que ya nunca más volvería a ver a mi tortuga de madera. Sin embargo, ellos buscaron más, preguntaron más... Pero la tortuga de madera ya se había ido y me volvió a dejar otra enseñanza, de despedida. El verdadero valor no está en lo que se posee, sino en lo que se da. Ya me lo dijo un libro hacia tiempo, pero no había podido aprenderlo del todo.

Son raras las cosas que tenemos durante toda la vida. Como a mí me pasó con la tortuga de madera, solemos aferrarnos a las cosas sin darnos cuenta de que tarde o temprano se pueden ir. Si yo hubiera dado la tortuga de madera, en realidad no sentiría la pérdida de no tenerla, sino la ganancia de haberla regalado. Ya disfruté de ella mientras la tenía en mis manos y eso no se puede perder. Pero lo que sí he perdido es la alegría de haberla dado. Sin embargo, me quedé con la tristeza de haberla perdido. Así la tortuga de madera me enseñó que no era mi tortuga de madera, sino la tortuga de madera. Así no será de nadie y podrá seguir enseñándole cosas a quien quiera aprenderlas.




P.D.:Mis compañeros me enseñaron que, por un momento, no fue mi tortuga de madera, sino nuestra tortuga de madera. Gracias amigos

viernes, 2 de enero de 2009

Aquí junto al agua



Aquí junto al agua se respira mejor...
Aquí junto al agua se piensa mejor...
Mientras tanto voy aprendiendo con cada conversación, mejorando con cada encuentro, construyendo con cada opinión, multiplicando con cada uno de mis compañeros de viaje... preparandonos para ir junto a aquella otra agua que de momento se nos queda tan lejana pero que poco a poco comienza a ser parte de nosotros.